Como aproximación al término democracia, podría definirse ésta como el imperio de la ley que permite la libre expresión de sus ciudadanos, que a través de su libertad individual se benefician de unos derechos y cumplen con unas obligaciones. También es frecuente, en el plano político, verla definida como un procedimiento para la designación de gobernantes en elecciones libres a intervalos regulares. A la hora de responder a la pregunta de si la democracia está o no amenazada, una cuestión muy presente a día de hoy en el debate público, lo primero que hay que aclarar es que la respuesta dependerá en gran medida de dónde –geográficamente hablando– centremos el punto de nuestra atención.
Bien es cierto que la mayoría de los países del mundo cuentan en la actualidad con un sistema, a grandes rasgos, democrático. Pero no lo es menos que los grados en los que esa democracia se manifiesta son muy diferentes dependiendo del Estado en cuestión. Y en igual medida son muy distintos los grados de amenaza que planean sobre unos países u otros.
El sistema político de Venezuela, por poner un ejemplo, podría ser, sobre el papel, una democracia, al igual que el de Francia. Pero no son las mismas las amenazas las que planean en uno o en otro país sobre sus sistemas políticos. A priori, cualquier observador aseguraría que la democracia está menos amenazada en Francia de lo que lo está en Venezuela, donde por ejemplo, el Gobierno controla con mano de hierro a los medios de comunicación y donde la llamada “revolución bolivariana” tiene la clara intención de perpetuarse en el poder anulando al máximo la acción de la oposición política.
Pero alguien podría decir que, en Francia, la amenaza de la democracia es mayor. Que en esta democracia europea, el sistema corre el peligro de caer en manos del gobierno de las empresas, que la desafección política y la radicalización de la opinión pública en torno opciones cada vez más contrapuestas ponen en riesgo la que se considera una de las cunas de la democracia actual.
¿Quién tiene la razón?, ¿cómo se mide el grado de amenaza de una democracia?, ¿cuáles son los riesgos a los que se enfrenta? Seguramente no haya una respuesta unívoca y válida a nivel mundial a estas preguntas. No obstante, a continuación intentaré exponer las que considero son las principales amenazas a las que se enfrenta la democracia en nuestros días.
1.- El “gobierno en la sombra” de las grandes corporaciones
Las decisiones que afectan a los ciudadanos se toman a menudo en una esfera más bien económica que política. De hecho es frecuente observar cómo a pesar de la grave crisis económica que vive el mundo en la actualidad, la banca es el sector menos afectado por las turbulencias, ya que cuenta con el apoyo directo de los Gobiernos.
Esta observación, que parece obvia y recurrente, cuenta con cierto soporte cuando se observa que el Banco Central Europeo, por fijarnos en la Unión Europea, presta dinero a los bancos para que éstos compren deuda pública a los estados a un interés notablemente superior del que lo reciben. Como se aprecia, en esta decisión existe un interés claro por beneficiar al sector bancario en este caso, que ante su peso en las economías como “sector estratégico” debe ser apoyado en cualquier circunstancia. Se socializan las pérdidas pero no ocurre lo mismo con los beneficios.
Por otro lado, las grandes multinacionales tienen a menudo más poder que los países y sus decisiones pueden afectar más a los ciudadanos que las de los propios estados. El verdadero centro de poder pasa a ser económico y el mercado se convierte en el impulsor del desarrollo o subdesarrollo. Los estados y sus democracias se convierten en meros espectadores de las decisiones empresariales y a menudo no pueden hacer demasiado por regular el funcionamiento de estas empresas transnacionales, cuyas decisiones son con demasiada frecuencia vitales para una determinada población.
Por poner un ejemplo, fijándonos en Navarra (España), podría afirmarse que la multinacional alemana Wolkswagen, de la que en buena medida depende la economía de la región, es más decisiva para el desarrollo de esta comunidad autónoma que el propio Gobierno, elegido por el pueblo. Así las cosas, cualquier decisión que esta empresa pudiera tomar sobre su futuro, como por ejemplo disminuir su producción o incluso abandonar este territorio, sería probablemente más importante que cualquier movimiento del Gobierno.
Poniendo el foco en Europa, resulta que la unión de los Estados que la conforman tiene lugar fundamentalmente en un plano económico y no político. Los Estados no quieren perder soberanía, pero sí la ceden en las cuestiones económicas. Es otra muestra que enseña hasta qué punto lo que importa es la economía y no la política.
Señala Jurgen Habermas que los defectos de construcción de la UE se encuentran en las bases de la unión monetaria y que “tan sólo podrán eliminarse mediante una unión política adecuada”. A su juicio, “todos los Gobiernos implicados se encuentran desamparados y paralizados ante el dilema de elegir entre los imperativos de los grandes bancos y las agencias de calificación por un lado y por otro, su temor a perder legitimidad y que les amenaza ante su población frustrada”.
2.- La desafección política
Existe sin lugar a dudas una importante desafección política que desemboca en un “pasotismo” de los ciudadanos por la cosa pública. Los ciudadanos están cada vez más al margen de la política. Como muestra un botón. En el caso de España, los datos del barómetro del CIS hablan por sí solos.
En el pasado mes de abril la categoría “políticos en general, los partidos políticos y la política” se situaba como la principal preocupación de los españoles, alcanzando el pasado mes de marzo un porcentaje récord (1,83 sobre 10). Así, el Gobierno quedó como la segunda institución con peor nota, con un 2,42. En cuarto lugar aparecía el Parlamento (2,53) y en sexto los parlamentos autonómicos.

Es evidente que algo falla en un sistema –el democrático—en el que los partidos políticos, supuesto centro de la vida pública, están tan desacreditados. Se puede decir que tal desconfianza por parte de la población hacia los representantes de los ciudadanos no es sino la muestra más evidente, el síntoma, de la enfermedad en que ha caído la Democracia. En este caso la española.
Hasta cierto punto, esa desafección parece incluso incentivada por una clase política a la que le interesa controlar el poder sin contestación. De este modo, cuanto más al margen de la política se muestren los ciudadanos, tienen las manos más libres para actuar sin rendir cuentas.
3.- ‘Partitocracia’
Parte del problema de la caída de la estima de los políticos puede vislumbrarse en una cultura política cerrada y fuertemente partidista. La negociación y el diálogo son vistos a menudo como un signo de debilidad. Se tiende a intentar anular al adversario y a no pactar entre rivales en los temas fundamentales.
De este modo, la democracia se convierte en el ring entre dos opciones pretendidamente antagónicas que luchan por el poder cada cierto tiempo. La anulación del adversario desemboca en algunos países en “democracias” formales en las que una de las opciones ideológicas trata de convertirse en hegemónica. Esta situación se observa a menudo en América Latina.
Los partidos tienden a convertirse en una suerte de empresas que actúan con la finalidad de alcanzar el Gobierno y mantenerse en él el mayor tiempo posible. Así, los partidos son vistos como organizaciones cerradas en sí mismas únicamente interesadas en el poder. Y son ellos los que dominan la vida pública. Precisamente, el hecho de que se organicen como una empresa, hace que ésta se constituya con una cadena de sumisiones, donde el ordeno y mando es la norma y la discrepancia es aplastada por la jerarquía.
Tampoco tienen los partidos programas diferenciados. Buscan conseguir el máximo número de votos, por lo que se sitúan en un punto medio en el que cada vez se parece más los unos de los otros (uno de los lemas de los ‘indignados’ del 15-M era acabar con el PPSOE, que son de este modo simplificados a lo mismo). Estas similitudes remarcan la idea de que los partidos sólo buscan llegar al poder, aunque tengan que renunciar a sus principios, no importa a costa de qué. Hay un fin último, alcanzar el Gobierno y colocar a los amigos. Y ese fin justifica los medios.
Por otro lado, el hecho de que sólo se piense en las próximas elecciones hace que la política quede reducida a tomar decisiones a corto y medio plazo. Se deja de pensar así en el largo plazo, algo que en situaciones como la actual crisis económica es de lo más necesario. Tomar decisiones complicadas orientadas a lograr resultados en el largo plazo es una práctica escasa en la política de nuestras días, que supedita los resultados electorales a cualquier acción que no implique ese beneficio, el de ganar votos.
4.- Corrupción
La corrupción es otro de los problemas a los que hoy en día se enfrenta la democracia. Es evidente que hay países en los que este punto es más grave que en otros. Tampoco la corrupción es única de los sistemas democráticos. No obstante, en numerosas democracias, la sensación de que la corrupción –especialmente la política—campa a sus anchas o está muy extendida es sin duda otro factor de deslegitimación.
A menudo, los partidos políticos se financian de manera poco limpia si no ilegal, para hacer frente a los enormes gastos que suponen sus campañas para acceder al poder. Por otro lado, gobernantes elegidos por el pueblo, que repiten en su puesto elección tras elección tienden por lo general a corromperse, dando pie a la corrupción.
5.- Profesionalización de la clase política
Los políticos hacen de su tarea una profesión. Abundan los ejemplos de políticos que no han desempeñado en su carrera ningún otro trabajo que el de participar en política, de forma profesionalizada. De este modo ocurre que no son los mejores quienes acceden a cargos de responsabilidad, sino los más sumisos con las estructuras de poder del partido.
Esto debilita la democracia, que no está dirigida por los mejores, sino por quienes no tienen otro quehacer. Además, en muchas ocasiones, el político se siente mal pagado, lo que le lleva a robar y es otra causa de la extendida corrupción en numerosos regímenes democráticos a lo largo de todo el mundo.
6.- El voto electoral como única forma de participación
Los ciudadanos quedan relegados a opinar cada equis años en los comicios. Es el momento en el que la ciudadanía importa. El resto del tiempo el político no cuenta realmente con el ciudadano. La democracia está basada en la participación del ciudadano y lejos de ser marginal, ésta debería ser constante. Bien es cierto que tomar cualquier decisión por referéndum podría resultar poco operativo, pero el mayor número de consultas al pueblo es deseable para estar hablando de una verdadera democracia.

En la actualidad, en gran parte de los países democráticos existe interés, como se ha dicho, en contar con el voto del ciudadano por parte del político. Pero no existe un verdadero compromiso entre elegido y elector. A menudo, el elegido se desentiende de sus electores hasta que ve planear en el fondo las próximas elecciones.
7.- Politización de la justicia y judicialización de la política
Nos encontramos ante una creciente influencia del poder Ejecutivo en el Judicial. En general, el poder Ejecutivo tiende a devorar al resto de poderes, algo que se pone de manifiesto con mayor claridad en la dependencia del Poder Judicial respecto al Ejecutivo. Por otro lado, la política, a menudo se judicializa, de forma que conflictos que deberían dirimirse en el debate político acaban a menudo en los tribunales, exacerbando la rivalidad entre los actores del juego democrático.
8.- Preponderancia del Ejecutivo
Pero además, los parlamentos, el poder Legislativo, se ven relegados a un segundo plano en el que lo que ocurre en las asambleas es cada vez menos relevante y las verdaderas decisiones políticas se toman en el poder Ejecutivo. Esto es un serio problema, ya que el Legislativo es a priori el poder que más representa la voluntad popular. El hecho de que sea relegado a un puesto secundario, si no anecdótico, pone de manifiesto que los ciudadanos pintan poco en las decisiones políticas y que los políticos quieren pocas trabas en su actuación.
A modo de conclusión
Todos estos problemas llevan a concluir que nos encontramos lejos del ideal democrático, en el que el ciudadano es verdaderamente un partícipe de la esfera pública. Si nos fijamos en Suiza como modelo democrático, podemos decir que la democracia lejos de haberse acercado a ese ideal participativo –referendos y consultas populares frecuentes— se ha alejado progresivamente.
El ciudadano cada vez se siente más desplazado del sistema y cree que los políticos le han dejado al margen. Así las cosas, la democracia se encuentra en un callejón de difícil salida. Es el mejor sistema de los conocidos, pero no da respuesta a todas las aspiraciones que él mismo genera. Para conseguir acercarse progresivamente al ideal de representatividad, la democracia debería ir devolviendo al ciudadano espacios para la decisión y la opinión más allá de tener la opción de emitir su voto en unas elecciones cada cierto tiempo.
Excelente articulo, perfectamente estructurado.
Si los ciudadanos preocupados por nuestra democracia conseguimos infomación cómo esta y nos ponemos a trabajar para darle un vuelco y tomar nosotros las riendas, tu articulo se quedaría obsoleto,por el momento esta de rabiosa actualidad.
Somos ya muchos los que somos conscientes del peligro de nuestra democracia algunos, no tantos todavía, nos estamos uniendo para cambiar esto. Guardo tu página en mis favoritos para darte a conocer en el momento oportuno y proponerte, yo cómo ciudadana, a que nos ayudes con tus competencias a trabajar por el cambio. Mi deseo es que el método de Red ciudadana PartidoX que es desde donde verdaderamente creo que puede estructurarse el cambio llegue a la ciudadanía y para ello me como la red en busca de personas que tengan claro que nuestra democracia está corrupta por el capital y tengan empeño en darle la vuelta. No encontré alternativas en tu articulo pero estoy segura que si tienes tan claro lo que falla también podrás colaborar en el arreglo.
Saludos y éxito.