Vivimos en unos tiempos en los que la medida del éxito va muy de la mano de la creatividad. Bien es cierto que lo creativo siempre ha sido medidor de talento, pero hoy en día ese talento es, si cabe, más accesible para el gran público gracias a la caída de numerosas barreras de acceso que ha supuesto la extensión de Internet.
Un post escrito con talento puede triunfar en minutos, un tuit ocurrente puede situar a una persona en el mapa en poco tiempo, un videoblog puede encumbrar a un youtuber en cuestión de días o la grabación de una ciudad desde un drone puede hacerte el personaje más célebre de tu ciudad.
«La creatividad y el miedo son elementos incompatibles en el ajedrez» (David Bronstein, gran maestro de ajedrez y escritor)
A día de hoy, no sólo los medios de comunicación son las instancias encargadas de transmitir la información, los individuos también tienen esa capacidad. Se produce una fragmentación del espacio comunicativo. La medida del éxito de una información empieza a tener en cuenta otros factores que no sólo son de acceso.
La creatividad alcanza aquí un papel muy relevante. Un tema puede tener éxito en la medida en que sea original, diferente. Debe aportar una visión inédita, no vista hasta el momento. El talento se alza como factor diferenciador y eso provoca vértigo. A partir de ahora lo que uno cuente no es importante por tener el simple acceso al canal.
Lo importante es el mensaje, no el medio. O el medio ya no es el mensaje contradiciendo a McLuhan. Sólo si somos capaces de contar cuestiones interesantes lograremos la atención del público. Ya no vale servir café para todos (almenos no en exclusiva). El mainstream aburre. Cada uno quiere un café. Y un café distinto. ¿Sabremos proporcionarlo? ¿Tendremos el talento para saber hacerlo? Lo primero es no tener miedo.